miércoles, 27 de mayo de 2015

Esquizofrenia — HACE 4 AÑOS Y 51 SEMANAS

HACE 4 AÑOS Y 51 SEMANAS





Que Trafalgar caminara por aquellos pasillos ya no era una novedad, muy por el contrario, las enfermeras solían agregar más maquillaje, a lo que frecuentemente se colocaban, ante la presencia del moreno, queriendo que el ojeroso las notara, pero sin conseguirlo, puesto que el moreno pasaba de cualquier persona que no fuera el médico en jefe. El joven tatuado avanzaba tranquilo, leyendo por milésima vez aquel largo historial del adolescente rubio que tenía como pupilo por aquel mes. Una leve mueca apareció en su rostro, para aquellas horas, las visitas del muchacho ya se habrían ido y él debía cumplir con las examinaciones diarias que la clínica Grand Line le forzaba a hacer.

No sabía si es que aquel chico tenía antecedentes familiares con la misma enfermedad de la que era víctima, los ancestros biológicos del rubio eran completamente desconocidos para cualquiera, lo cual dificultaba un poco las cosas. Incluso intentó preguntarle a Kuroashi, el cual, simplemente había alzado los hombros mientras intentaba ignorar su mirada, visiblemente incómodo por las interrogantes sobre su origen.

El rubio era un enigma, tranquilo y silencioso cuando estaban a solas, es más, él simplemente se dedicaba a estudiar un libro de neurología mientras el chico mataba el tiempo con sus deberes escolares, lecturas varias, televisión o coqueteando con alguna de las enfermeras de turno. Realmente no lo entendía, podía pasar horas analizando las conductas del muchacho con raras cejas, pero seguía sin hallar una explicación coherente para las estupideces que decía cada vez que veía una mujer bonita, además, la forma de espiral de las primeras comenzaba a frustrarlo.

Acostumbraba apoyarse en su propia mano, a las horas de haber ingresado a los aposentos del contrario, dejando a un lado el volumen de medicina que siempre llevaba consigo para poder observar al ojiazul discretamente. Este alardeaba de ser un príncipe, el cual se encargaría de proteger a cualquier damisela en peligro, lo que provocaba que carcajadas amenazaran con escapar de sus labios, obligándose a apartarse hacia uno de los rincones mientras él intentaba conquistar a una mujer mucho mayor, la cual dudaba que le interesara un estudiante de preparatoria.

Generalmente la enfermera de turno le seguiría el juego, saldría de la habitación minutos después con el ego inflado y las mejillas sonrojadas ante las lindas palabras con que el rubio las alagaba. Agradecía en silencio su cegués por las faldas, ya que el menor solía ignorarlo en presencia de una fémina, Trafalgar, utilizaba aquellos preciados momentos en escribir sus anotaciones con respecto a él en su bitácora.

Pero ninguno de estos escritos estaban relacionados directamente con su enfermedad, muy por el contrario, Kuroashi, a simple vista, parecía un chico saludable y vital, tranquilo, inteligente y bastante fácil de provocar, sobre todo por ese excompañero de escuela con cabello verde que venía a verlo por las tardes, junto a otros mocosos con uniforme. Era un muchacho bastante solicitado, el rubio no se daba cuenta, pero aquella semana había recibido a personas todos los días, al contrario de muchos pacientes de aquel lugar, quienes vivían solos en su habitación a la espera de su muerte.

Giró la perilla con lentitud, entrando lo más sigilosamente que pudo a la habitación contraria, dejando su bolso en el suelo, junto a una de las patas de la cama, seguido de la balanza portátil que llevaba en su mano.─ Kuroashi-ya... ─ Su voz resonó en la habitación, parándose frente al adolescente para lograr desviar su atención de aquel manga shojo que siempre leía.─ Debes pesarte, desvístete.─ Ordenó antes de ir a sentarse a la pequeña mesa que se encontraba junto a la ventana, aquella habitación individual, lo bastante grande y lujosa como para que diez personas pudieran examinarlo al mismo tiempo sin ningún problema de espacio.

Podía sentir las orbes celestes sobre su cuerpo, el rubio emitió un suspiro antes de comenzar a retirar la camisa blanca (requisitos de la clínica), para luego, seguir con los pantalones holgados que se aferraban como podían a los huesos de su cintura, quedando solamente en prendas interiores.
Era rutinario y aburrido, podía garantizar que el rubio no había subido ningún gramo, es más, comenzaba a dudar de la capacidad de su cuerpo para engordar, tanto así que había pedido la autorización de Rayleight para poder tomarle los exámenes correspondientes. Pero no pudía confirmar su teoría hasta que el rubio se colocó sobre la balanza. Se agachó para poder observar mejor el resultado, haciendo una mueca de disgusto al ver el desenlace de sus pensamientos.─ Aumentarás tu ración de comida desde mañana. Debes mantener un mejor peso si quieres disminuir las probabilidades de sobredosis de medicamentos.

Nuevamente, la mirada afilada del rubio lo perforó, él se rehusaba a tomar cada pastilla que le recetaban, aunque no lo culpaba. Aún no se le permitía poder cuestionar el tratamiento de un colega, la falta de experiencia era excusa suficiente como para ser casi un analfabeto para los demás médicos. Era muy difícil hacer que el de cejas extrañas tragara el medicamento, aunque admitía que si no fuera porque Robin-ya se quedaba en la habitación hasta que cada pastilla desaparecía dentro del cuerpo delgado, las probabilidades de que el rubio ingiriera las tabletas disminuirían considerablemente.

Una vez el de cejas raras terminó de vestirse, él volvió a lo suyo, caminando nuevamente hasta aquella mesa, sacando unos apuntes de su bolso antes de volver a sentarse frente a la camilla. Estudiar le ayudaba a que el tiempo pasara más rápido, el sonido que hizo la superficie acolchada al recibirlo el cuerpo contrario le garantizó que él pensaba lo mismo que su persona. Un nuevo suspiro escapó de sus labios, su tarde cada día era más monótona.




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Cuando sus orbes celestes apuntaban a la pared su respiración se tranquilizaba. El estar todo el día en un lugar así era aburrido, cada día se hacía mucho más largo que el anterior, casi hasta el punto de desesperarlo. Se sentía enjaulado, muchas veces, había recordado a las mascotas de la veterinaria cercana a Baratie, donde los pobres animales miraban con ojos brillantes a todo aquel que pasara frente a esta, ansiando ser adoptados y queridos. Tal vez él estaba en las mismas condiciones que aquellos, ahora podía comprenderlos de una mejor manera.

Por lo general, cada vez que su vista se fijaba en la pared o el cielo de la habitación terminaba por dormirse, el silencio reinaba siempre en aquel lugar, era muy tranquilo como para una persona inquieta como él, al igual que aquel nauseabundo olor a hospital que invadía la clínica. El Baratie lo había malacostumbrado a alimentarse con lo mejor, una mezcla entre la mierda de comida que servían en Grand Line y medicamentos que le obligaban a tragar, sumado al aburrimiento que se multiplicaba por cada segundo que pasaba, aumentaba los "contra" sobre los establecimientos de salud.

El estar allí no traía muchas cosas buenas, salvo las visitas de las guapas enfermeras, Nami-swan y Robin-chan. Aquello era lo único que disfrutaba al estar en la clínica Grand Line. Sus amigos sólo podían verlo una hora al día, para luego, consumirme en la soledad hasta que el sol se ocultara. No podía decir que el ojeroso era una compañía, puesto que solamente le hablaba cuando traían la asquerosa comida que devoraba por el hambre. Además, estaba completamente en desacuerdo de que el alimento, por más desagradable que fuera, terminara en el basurero.

El estar en soledad le obligaba a pensar mucho, incluso en cosas que hasta hace poco podría haber catalogado como "superadas". Por ejemplo, a veces se preguntaba si es que algún día podría volver a la escuela, cosa que no había realizado desde que se retiró de la institución. Sin embargo, sabía que obtener una afirmación como respuesta era completamente imposible. Para comenzar, era de más ayuda para el viejo si trabajaba a tiempo completo, no es que hubiera falta de personal, pero para Zeff era más fácil dejar las cosas en sus manos que contratar a un par de idiotas que terminarían por romper los platos; seguido de que su salida a la escuela no fue precisamente por las buenas. La última vez que asistió su cuerpo quedó por completo lastimado, tardó más de dos días en deshinchar su ojo derecho.

Pestañeó entonces, no le gustaba recordar aquellas memorias y en ese lugar solo tenía dos opciones para matar el tiempo. La segunda, era imaginar, sin embargo temía a esta, puesto que su propia mente comenzaba a cuestionar acerca de lo reales que eran sus pensamientos, confundiéndolo por completo. No le molestaba tener esa enfermedad, después de todo a cada uno le correspondía lo que merecía, aunque no tenía claro que clase de karma era aquel, de seguro debió haber sido un tipo tremendo en sus vidas pasadas.

Por más que averiguaba, no comprendía del todo su trastorno, lo estudiaba, pero últimamente comprendía que no sacaba nada leyendo artículos y libros referentes a su psicosis. No es como si pudiera distinguir entre lo real y lo ficticio, tal vez en su imaginación pensaba que leía y nunca lo hizo. Con el tiempo había aprendido que ya no podía confiar en los demás, sus ojos y oídos a veces le enseñaban cosas que las personas "normales" no podían sentir, pero él sí. Desde que su "enfermedad" se desarrolló, había comprendiendo lo especial que era.

─No puedo creer que nuevamente estés aquí ¿Cómo lo haces para ingresar fuera del horario de visitas Chopper?

─¡Waa! Sanji, menudo lugar al que te han traído, me costó llegar esta vez.

─ No pudo evitar sonreírle con ternura, su amigo peludo comenzaba a observar lo que lo rodeaba.

─Pero lo lograste, eres un reno inteligente.

─ ¡No creas que por decir esas cosas me harás feliz cabrón! ─ Kuroashi sonrió nuevamente, ahí estaba nuevamente, moviendo sus brazos como si fueran ondas sonoras mientras mecía sus caderas cual baile.

─ Guarda más silencio Chopper, el médico de mierda puede aparecer en cualquier momento y tú no alcanzarás a esconderte nuevamente. ─Aquello bastó para que esos bailes se detuvieran.

Se levantó de la camilla entonces, la bola de pelos un poco más alta de un metro comenzaba a inspeccionar los medicamentos sobre la mesita de noche. Su amigo era el matasanos más confiable que tenía.

Sonrió con pesadez mientras comenzaba a mover las cortinas blancas con sus dedos, solo un par de centímetros fue suficiente como para poder asomarse. Niños corrían en el pasto del jardín de la clínica, un par de madres alimentaban a sus bebés, abuelos caminaban seguidos de enfermeros y personas paseaban frente al lugar, ignorando su presencia, porque era obvio que para los demás él era transparente. El cabello rubio comenzaba a opacarse, añorando poder obtener mucha más libertad de la que le era concedida. Sabía de antemano que aquello era por su seguridad.

Sus manos comenzaron a moverse entonces, los sonidos que Chopper realizaba cada vez que movía uno de los frascos hacia que los vellos de su nuca se erizaban, pero no se detuvo en ningún momento. Desde la ventana se movió hacia los espejos, parándose frente a este para poder levantarse aquella prenda superior. La camisa de seda blanca terminó en la cama, detrás de su cuerpo, sus ojos observaban con atención cada centímetro de su piel blanca, poniendo principal énfasis en la zona del pecho, notando como es que sus costillas seguían lo bastante marcadas como para asustar a cualquiera.

Aunque jamás lo admitiría, se avergonzaba en demasía de su cuerpo, es por esto que jamás lo mostraba, tapándolo con prendas elegantes y largas, en donde solamente dejaba al descubierto su cuello largo y pálido, las hábiles manos y los largos dedos que lo ayudaban en la cocina cada vez que quería satisfacer el estómago de alguien.

─ Las dosis de olanzapina y ziprasidona que ingieres normalmente es demasiado alta para un chico de tu edad.

─ Lo se... ─ Su mirada se desvió hacia el más bajo unos segundos, seguro de su respuesta.

─ ¿Comenzaste a ingerirlos hoy?

─ Si.
─ No te dejan salir de aquí ¿Verdad? ─ Comentó el reno volteando los pequeños frascos para poder leer los químicos que los componían y la información adicional.─ He escuchado que no son medicamentos del todo aprobados, debes tener cuidado con los efectos secundarios.

─ Tampoco es como si pudiera hacer algo al respecto.

─ Podrías hacerlo, simplemente no los tomes.

Los ojos del rubio se abrieron un poco más de lo normal, la sonrisa que su amigo llevaba era algo extravagante, por unos segundos se sintió curioso. ─ Deja de bromear Chopper.




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Apenas se encendió la luz roja Law soltó el café que había estado bebiendo, de inmediato, sus pies comenzaron a avanzar con rapidez en dirección a la habitación 202, seguido de un par de enfermeras. El sonido de la alarma lo había despertado de sus propios pensamientos, aquello no era normal, se suponía que Kuroashi no tenía ningún problema, entonces ¿Por qué estaba sonando aquella alarma? ¿Quién la había activado?
Para cuando abrió la puerta pudo comprender lo ocurrido, el rubio agachado frente al botón que había ocasionado aquel irritante sonido, sobre la mesa de noche estaban todos los medicamentos sellados pero revueltos, junto a estos se encontraba él, apoyado en las palmas de sus manos y ambas rodillas, devolviendo hasta el desayuno.

─ Bonney ve por un par de toallas y un pijama nuevo. ─ Su mirada era seria y firme, sus pasos lo guiaron hasta el joven y delgado rubio, maldiciéndose una y mil veces. Había escogido aquella profesión para poder ayudar a todos aquellos que sufrían por algún tipo de enfermedad, pero la imagen de alguien enfermo era realmente traumante para cualquiera.

El ser humano era empático, solía reaccionar ante las expresiones que el rostro que el prójimo llevaba, creando un sentimiento en el que se reflejaban con las víctimas, las personas, en su mayoría, para lograr desechar aquella sensación, decidían al más necesitado, logrando incluso colocarse en el lugar del afectado.

Pero él no funcionaba así, si bien, estaba seguro que ayudaría al rubio en todo lo que podía, no obstante, no era la expresión que llevaba lo convencía, es más, le molestaba verlo a la cara y saber que el enigma de sus cejas no podía ser resuelto aún. Su objetivo siempre fue aprobar la práctica y obtener renombre como médico, le había prometido a Corazón que sería el mejor y no planeaba retractarse a estas alturas.

Pero se veían obligado a realizar este tipo de experiencias encuarto año de medicina común para buscar un verdadero enfoque. Trafalgar comenzaba a cuestionar si es que la neurología era lo suyo, si bien, como neurólogo no tendría que preocuparse por recoger la bilis de un enfermo, el estudio del funcionamiento del sistema nervioso tal vez no era lo suyo. Odiaba cuestionarse. Tal vez su enfoque debía ser más científico, estaba completamente convencido que la creación de los antipsicóticos planteaban un retroceso a las víctimas de estos trastornos.

Una vez el rubio dejó de devolver aquello dirigió sus orbes grises hacia la mesita de noche, observando con cierto odio aquellos frascos que se encontraban allí. No entendía como es que el conocido Kurohige se equivocaba con el tratamiento que le obligaba seguir a Sanji. Según Marshall, el rubio desde hace una semana debió haber comenzado a ingerir un par de tabletas de olanzapina y ziprasidona desde hace semanas. Pero como él era el médico (o practicante) a cargo del menor, mantuvo hasta esta mañana en secreto las tabletas del de tez más blanca. Si no fuera porque Rayleigh supervisó personalmente el avance del adolescente, este no se habría visto en la obligación de ingerir aquel nuevo medicamento.

Podía suponer que el causante de sus vómitos era aquello, también como los responsables de su falta de energía. Si no fuera porque se encontraba a su lado, el rubio hubiera caído directamente en la mezcla ácida que manchaba el piso por su agotamiento. Lo cargó, sorprendiéndose ante lo liviano que se sentía en aquel momento. Caminó con él en sus brazos dirigiéndose hacia el baño privado de su "suite" para poder desvestirlo. Era un joven elegante, pulcro, suponía que el menor lo molería a golpes cuando pudiera si es que permitía que se acostara bañado en vómito.
Una vez el agua caliente llenó la bañera, introdujo su cuerpo completamente desnudo en esta, comenzando a pasar una esponja por su piel blanquecina.─ Kuroashi-ya...─ Murmuro, la mirada contraria estaba perdida en el cielo del lugar, engañándolo, haciéndole creer que el rubio estaba allí, aunque él sabía que era solo su cuerpo. El rubio lo entendía, claro, pero había estudiado cada una de aquellas medicinas en la universidad, el adolescente simplemente era un ente que se movía obedeciendo a las órdenes que cualquiera le daba.

Lo más probable era que el menor se hiciera adicto a estos medicamentos si seguía el régimen que el doctor Kurohige estableció era una clara invitación a una futura adicción por parte del adolescente a los antipsicóticos en un futuro, además, estaba completamente seguro que si algún día el menor olvidara tomar una maldita tableta los síntomas de su esquizofrenia serían mucho más fuertes que ahora, si es que realmente tenía síntomas, porque hasta hace poco no los había demostrado.
Se negaba rotundamente a ser el acompañante de un niño que se encaminaba a un mundo de drogadicción legal y cara ¿Quién en su sano juicio podría recetarle algo así a un menor de edad? Se suponía que estaban protegidos por la ley.

─ Levanta tu pierna... Sanji.─ Fue difícil, si bien no conocía mucho al mocoso, acostumbraba ver gestos de molestia cada vez que le hablaba, como si fuera él su enemigo, cuando lo único que quería ser era su aliado. Porque no era solo él quien se veía perjudicado por decisiones rápidas de médicos sin vocación, estaba decidido a cambiar todo el maldito sistema corrupto que tenía como objetivo vender medicamentos en vez de solucionar realmente los problemas de salud que la sociedad demandaba.─ Buen chico...




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ACTUALIDAD

─ ¿Sabe usted que la experimentación humana es un delito?

─ Absolutamente, su señoría.

─ Kuroashi no Sanji era menor de edad en ese entonces, lo que agrava su falta.

─ ¡¿Delito?! ¡Darle a un menor de edad semejantes medicamentos debería considerarse un delito señor juez! ¡YO simplemente planeaba ayudarlo!

─ ¡Objeción!

─ Concedido señor Scratchmen.

─ Señor Trafalgar, por favor responda la siguiente pregunta con calma y recuerde que está bajo juramento. ─ El castaño se tomó una pausa, la cual le pareció eterna al pelinegro sentado en el estrado.─...usted ¿estaba consciente de lo peligroso que podía ser para el joven Kuroashi el quitarle los medicamentos?

─ Si, era consciente de aquello.

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